Bomberos y pirómanos

Para que quede claro de una vez: yo no tengo twitter. Digo «no tengo Twitter» pero debería decir «no voy a Twitter», entendiendo por Twitter un espacio común donde la gente acude a echar la parrafada y perder el tiempo. Como el bar de la esquina, para entendernos. El caso es que no tengo Twitter ni voy a Twitter, aunque he hablado de esa red social que siento como si la hubiera parido.

Todos los medios de comunicación tienen hoy corresponsales en Twitter para informar puntualmente de la vida y milagros de muchos famosos, que después de jugar al escondite con la prensa se meten en el chiringuito de internet y le cuentan al mundo lo que el mundo no les ha preguntado. Son reflexiones sobre la fama, paridas en general y mentiras variopintas en particular. Por suerte, los mensajes no pueden exceder los 140 caracteres, lo cual es una idea magnífica, pues la gente se pone a escribir un pie de foto y termina haciendo el Premio Planeta.

Twitter está hecho a la medida de los bocazas. Se trata de una característica común a muchos adictos. No es que la red social predisponga a la incontinencia. Mas bien sucede al revés. Twitter es el instrumento idóneo para dar rienda suelta a una verbosidad que busca cauces de salida. Esto resulta especialmente dramático en políticos y periodistas. No es casual que muchos de ellos arruinen sus carreras por culpa de la palabrería urgente. El caso de Juan Carlos Gafo, el recién fulminado director adjunto de Marca España, resulta especialmente elocuente. Da la casualidad de que el caballero es diplomático, lo cual le confiere mas recochineo al asunto. Ser diplomático tuitero es como ser bombero y pirómano: una ironía de la vida. Ahora se ha sabido que el alcalde de Callosa de Segura (PP), hizo en Facebook un comentario en términos muy parecidos, también con los catalanes y la mierda a cuestas. Como nadie se lo ha afeado (de momento) el alcalde ha tenido los santos huevos de adelantar que lo volvería a escribir otra vez. Encima, chulo.

Las redes sociales tienen un aire de escondrijo que a la mayoría de los insultadores les proporciona una falsa seguridad. Creen que están solos y se sienten crecidos. Pero la realidad es otra. Cara a cara no son capaces ni de enfrentarse a su propia sombra.